es coloradísima como un carmesí rosado…
Gonzalo Fernández de Oviedo
Historia General y Natural
de las Indias de la Mar Oceana
La
pitahaya es una fruta tropical de la familia de las cactáceas. Es originaria de
las zonas subtropicales de América Central. El cactus – así como su fruta-
debió llegar al Caribe insular traído en las canoas de los indígenas agro-alfareros
que poblaron las islas venidos de Mesoamérica y del norte suramericano. En
estas zonas, la pitahaya se había domesticado mucho antes del descubrimiento europeo
de América. Actualmente, en los vocabularios agrícolas
de muchas partes de América Latina, se le conoce con diversos nombres: Cactus trepador, Reina de la noche, Pitahaya, Flor de cáliz, Pitajaya y Pitaya, entre otros. De esta se
conocen tres variedades, la undatus (de piel rosada y pulpa blanca), la costarricencis (de piel rosada y pulpa roja) y la trianagularis (de piel
amarilla y pulpa blanca)
Flor de la Pitahaya Agustín Stahl (1883) |
Hacia 1527 la pitahaya rosada (Hylocereus
costarricensis -rosada con pulpa roja-, y la pitahaya amarilla (Hylocereus
trianagularis, amarilla con pulpa blanca) fueron descritas por
primera vez - para el público letrado español-, por el cronista Gonzalo
Fernández de Oviedo. Respecto a la
rosada dijo: “está por de dentro llena de granillos, como un higo; más esos
están mezclados con una pasta y carnosidad…. de color de un fino carmesí rosado
y toda aquella mixtión de los granillos y todo lo demás se come…”
Si bien el cronista consideró que era “sana
fruta y a muchos les sabe bien”, comentó, sin embargo, que “yo escogería otras
antes que a ella.” Muy posiblemente el disgusto le venía por el hecho de que la
ingesta de la fruta de pulpa rosada carmesí (la costarricensis), le
coloreaba la orina. Al respecto dijo:
“Desde a dos
horas que se comen dos o tres de ellas, si orina el que las comió, parece verdadera
sangre lo que echa.”
En el caso de Puerto Rico, la propagación de
la pitahaya -desde el siglo XVI en adelante-, fue ayudada por el clima y algunas
características geomórficas (los batolitos, por ejemplo). Igual, debió propagarse
de forma silvestre, polinizada, no por abejas, sino por murciélagos y mariposas
nocturnas. Al igual de como ocurrió con frutales
originarios (algarrobo, anón, jagua, piña, mamey, quenepo, y un largo etcétera),
la pitahaya ocupó el paisaje isleño de forma silvestre, dando paso a que su
nombre indígena (pitahaya) se convirtiera en apelativo de varios barrios y comunidades de Puerto Rico.
En este caso existen sectores y barrios que llevan
el nombre de pitahaya en los municipios de Arroyo, Luquillo, Cabo Rojo y
Humacao. Y hasta un río en Luquillo y
una quebrada en Guayama también lo llevan.
Por eso me resulta curioso que en sus
estudios sobre la flora de Puerto Rico (1883), el botánico aguadillano Agustín
Stahl fuera muy parco al describir las cualidades bromatológicas y gustativas
de la fruta. Pero quedó maravillado, no obstante, con su flor. Como sabemos los
que tenemos pitahayas, las flores son blancas, grandes, vistosas y solitarias. Su
floración ocurre al atardecer entre agosto y septiembre -¡a la vez que brotan
sus frutos!-, y permanecen abiertas toda la noche, esparciendo un fragante
aroma que dura hasta que sale el sol. Por eso Stahl anotó: “difunden un olor
muy fuerte parecido a la vainilla”
Más adelante
(1900-1903), los botánicos americanos Orator F. Cook y Guy N. Collins la
documentaron en Guayanilla, Coamo y Guayama. En este último municipio, los
científicos probaron la fruta por primera vez, describiéndola como una planta “
that bore large edible fruits with a delicate and very refreshing flavor.”
El nombre Fruta del Dragón con
que también se conoce a la pitahaya, fue acuñado por los vietnamitas, a donde
llegó el cactus llevado por los franceses en una expedición que recaló en
México en ruta a las Filipinas. En vietnamés, se le llamó Thanh Long,
pues su planta y la forma como se entrelaza para trepar se le pareció al
aspecto serpenteado del cuerpo de un dragón, animal fabuloso y mítico muy
popular en Asia.
En la taxonomía botánica, la pitahaya lleva el
nombre de Hylocereus, un hermoso vocablo compuesto del griego y el latín
que significa “cirio de las selvas” (hulos: selva y cereus, cera
o vela). Agraciado nombre éste, pues, como se sabe, sus flores abren durante el crepúsculo. Si las observan más adentrada la
noche, sobre todo en agosto o septiembre, se darán cuenta que están orientadas
hacia la luz de la luna.
Así las ví, como cirios encendidos,
la noche que escribí estas líneas. Estaban mirando a la Luna…y eran las 10:15 pm.
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ResponderEliminarCada año se estrenan más películas navideñas de bajo presupuesto y baja ambición. Pero el hecho de que estemos agotados