miércoles, 2 de enero de 2019

El pastel navideño y los libritos de cada cual


Haciendo Pasteles (1)
Foto Jack Delano

Hace unas semanas Sandra me encontró horneando el ‘corn muffin’ Sara Lee que le gusta comer a media mañana, cuando, según ella, le ha bajado la avena que desayuna.
 Bolso en mano dio los buenos días, inspeccionó sala y comedor, y me buscó hasta la cocina.  A plenas 7:30 de la mañana me advirtió de frente sobre el sucio regado entre sala y comedor.
Amonestación aséptica que Sandra suele descargar al finalizar en las tardes – siempre con el rostro feliz de misión cumplida-, la réplica esta vez vino temprano, acompañada de un gesto sorpresivo que suavizaba el reproche: una yunta de pasteles.

‘Para que los pruebe’- me dijo-. Abrió el congelador, colocó la muestra, y se alejó, diciendo que eran de guineo, yautía y un poco de calabaza. En la retirada se volteó y precisó lo siguiente: - ‘Para vender en Navidades... De hoja e guineo, no de plátano. Guineo joven, que no están rajá’s-. Y concluyó:  -‘Mamá me enseñó. Lo aprendió de abuela.’-
Natural de Coto Mabú, sector montuno de Humacao, el saber pastelero de Sandra le llegó por la ‘oralidad’ y la observación.  Conocimiento lúcido transportado de abuela- a hija-a nieta por la ruta franca de la memoria y la mimesis, en la escritura culinaria puertorriqueña el pastel navideño muestra, a diferencia, un itinerario oscuro.
 No aparece en los libros y manuales de cocina que se publicaron antes de 1931, algo que resulta extraño cuando es referido en El aguinaldo puertorriqueño (1843), en la pieza cómica La triquina de Ramón Méndez Quiñones (1883), en El carnaval de las Antillas de Luis Bonafoux Quintero (¿1888?), y en la novela Luz y sombra de Ana Roqué (1903). Tan ausente está como la alcapurria, cuya primera aparición escrita es también de 1931, en el manual de economía doméstica Tropical Foods.
 ¿Es posible que el silencio responda a la fuerte ascendencia africana que tenía la confección, especialmente en el uso de las hojas de guineo para envolver la masa? Podría ser.
En un Puerto Rico desgajado por distancias sociales y raciales, las sustancias usadas en los alimentos y las comidas confeccionadas fueron dos de las más visibles marcas divisorias: -¡‘De los Palou estoy segura !’- Así certificaba  mi tía Delia,  con planta ‘tiquismiquis’, la estirpe de una papaya en conserva o la casta de un arroz con coco que aparecieran anónimos en la mesa, rubricados solamente por el ocre del azúcar moscabado. ‘-Es la de los pobres y negros’ - decía. Para ella, el moscabado era la denominación de origen de Mati, cocinera sepia de los Palou, que no usaba azúcar blanca en sus dulces.
Pero si hubo diferencias sociales rubricadas por sustancias oscuras como el moscabado, su ausencia parece tener, también, una explicación imbricada con su compleja elaboración. Quienes han preparado pasteles saben que ello es una empresa que requiere muchísimos pasos, agudeza, tino y organización de tareas.  
Haciendo pasteles (2)
Jack Delano
Además, es una elaboración intuitiva. No hay una forma uniforme de preparación. Suavizar la hoja de guineo para envolver la masa - o sea amortiguarla, operación que casi anuncia el fin de la complicada elaboración-, ha presentado siempre diversas interpretaciones. En algunas cocinas se prefiere chamuscarla en el calor humeante que despide de la leña. Otras han preferido hervirlas un poco, otras ponerlas al vapor.
En ese mismo sentido de la poca uniformidad se encuentran la confección de la masa y el relleno. Para la masa unas cocinas prefieren mezclar partes iguales de plátano con guineo mafafo, o con ciertas viandas, como la yautía amarilla -  que hoy es una rareza- ; o la madre de la yautía blanca,  o sea la que se usa para semilla, por ejemplo. Otras lo mezclan con calabaza y guineo verde, pero guineo verde de aquél que llaman malango. Otras simplemente usan guineo y viandas, pero no plátano. Algunas le añaden leche.
 El relleno, por su parte, siempre ha dependido de los recursos de las cocinas, pero además de los gustos y aversiones de los ‘comientes’. Unos prefieren garbanzos, otros no. Otros gustan de pasas, pero no ají picante. A algunos no les gusta la empella de cerdo, pero sí la carne magra, aquella que llaman carne flaca, derivada del pernil trasero.
Hasta para colorear la masa hay reparos. A unos les gusta la grasa con achiote, a otros no. Todo pues, debió provocar que el pastel se mantuviera en la oralidad, transmitido por la imitación, la palabra hablada o uno que otro residuo manuscrito, rehuyendo siempre los intentos de los cocineros más ilustrados para incorporarlo en la página escrita y darle uniformidad (Véanse las recetas).
Pero hay otra razón. Su ausencia pudo venir provocada por lo circunstancial de la confección. Las operaciones que conlleva el pastel debieron convertirlo en un plato en el que el esfuerzo puesto en la elaboración debía corresponder al significado del acto y el contexto social festivo en que se iba a degustar. Por eso es que el pastel se asocia más con las comidas de las fiestas de Navidad, y muy especialmente con la de Reyes, y no con las comidas de otras fiestas del año. Incluso aún es común recibirlo como obsequio, o confeccionarlo como regalo gastronómico, algo muy parecido a como se recibe y se ofrece el tamal de maíz en varias culinarias regionales venezolanas, mexicanas y colombianas.
 El pastel se asemeja además al sofrito en su evolución. Es algo así como un ‘bricolage’, un remiendo resultante de la creatividad. Como creación, debió cristalizar luego de muchísimos experimentos, maniobras con el entorno, prácticas de supervivencia, memorias culinarias, desplazamientos y modificaciones de tradiciones alimentarias. De ahí que en su confección haya algún fruto de las tradiciones culinarias de muchos de los grupos humanos que poblaron a Puerto Rico a lo largo del tiempo: ajíes, yautías, calabazas y achiote taínos; garbanzos, pasas, aceitunas y cerdo ibéricos; plátanos y guineos,  africanos y canarios.
Pero si miramos los elementos que la dan al pastel su singularidad - y que en esencia son invariables, como la envoltura en hojas de plátano o guineo – no en la tusa del maíz, como el guanime-, entonces hay una fuerte ascendencia africana.
A diferencia del mofongo, cuya coronación libresca es de 1859, el pastel aparecerá en la página escrita sorprendentemente tarde, y no en un recetario propiamente, sino en un manual culinario de economía doméstica dedicado a la yautía que data del 1931, algo que además habla del importante papel de la yautía en la confección. Parecería como si el pastel ascendiera a la página escrita cargado por los aires de puertorriqueñidad de la “Generación del 30”.
Más adelante, aparecen dos versiones anónimas en la revista Puerto Rico Ilustrado del 21 de diciembre de 1946, posiblemente escritas por Berta Cabanillas. Dos años después se compilará en The Puerto Rican Cookbook, figurando el pastel en el contexto de las recetas navideñas que compila su autora Elizabeth Bellows Dooley, junto al majarete, el pastel de arroz, el arroz con dulce y la cazuela. La receta que recoge Dooley se le acredita a la señora América Gaztambide, algo que habla sobre las numerosas maneras de prepararlo.
En los libros de cocina que le siguieron a Dooley es raro no encontrar una receta de pasteles. Pero los apelativos ‘de mi suegra’, o de tal o cual municipio, reafirman el trasunto subrepticio de la golosa confección.
Ello quiere decir que aún, como en muchas cosas culinarias, para el pastel cada cocinera tuvo – y tiene, como Sandra- su librito.

Los gandules by #Thefoodstorian


Cajaus cajans
acuarela
Agustín Stahl 1883
El Cajanus cajans, legumbre llamada gandul en Puerto Rico, es el fruto envainado de un arbusto que llegar a crecer entre 1 y 4 metros de altura. A diferencia de otras plantas leguminosas, el gandul puede ofrecer al agricultor hasta cinco cosechas en condiciones óptimas, por eso se siembra también como perenne. Su ciclo natural de cosecha en épocas pasadas era de noviembre a enero, lo que lo llevó a insertarse definitivamente en nuestras ingestas navideñas junto al arroz.
Arbusto resistente a suelos áridos y secos, el gandul es un excelente proveedor de nitrógeno para enriquecer el proceso de fotosíntesis de las plantas que se siembran a su lado. Esto se debe a la presencia de una bacteria del genus Rhizobium que vive – en todas las leguminosas-, en los nódulos de sus raíces. La bacteria, pues, sostiene una reciprocidad con el gandul, fijando el nitrógeno de la atmósfera para su beneficio y el de las plantas aledañas. Por eso algunos agricultores todavía lo siembran entre las hileras de los diversos cultivos. Hoy día se producen sobre 4.48 millones de toneladas en el mundo, y es la cuarta leguminosa en importancia a nivel global, como alimento y como forraje.  

Sobre el origen geográfico del gandul los especialistas tienen discrepancias. Algunos concluyen que es de estirpe sur asiática, mientras otros piensan que es de origen africano. Pero la mayoría se inclina por el origen sur asiático, tomando en consideración la importancia en la antigua culinaria india de la salsa dhal (que en efecto quiere decir “gandul”), y el peso histórico de la siembra del Cajanus en la agricultura de India vis a vis a la de África.  Es plausible que el gandul haya sido llevado a África occidental por los navegantes portugueses - entre el siglo XV y principios del siglo XVI- en su búsqueda de una ruta al mundo de las especias, la India.
Con relación a su apelativo, parece haber algún consenso en el sentido de que gandul fue el nombre dado por los cristianos a ciertas milicias árabes de Al-Ándalus - Granada y el norte de África- durante las llamadas guerras de La Reconquista española (711-1492). En el Nuevo Mundo, la palabra se empleó para señalar a los indígenas más aguerridos durante las campañas bélicas de la conquista española de América, en el siglo XVI.
 Etimológicamente, el Diccionario de la Real Academia establece su raíz en varias lenguas: del hispano árabe gandúr (“truhan”); del árabe clásico gundar (“joven mimado”); o del persa gundar (“de un color particular”). En su Diccionario Etimológico, el estudioso Joan Corominas aclara que en la segunda mitad del siglo XV (1500`s) se usaba en España el nombre gandur- derivado del árabe- para referirse a un “joven de clase modesta, que afecta elegancia, procura agradar a las mujeres y vive sin trabajar, tomando fácilmente las armas”.

Es importante señalar que en castellano – que fue el idioma que heredamos de la colonización española- la palabra siempre tuvo un significado despectivo. Y digo esto, porque en la formación de nuestra cocina y cultura alimentaria, muchos alimentos fueron asociados con prácticas culinarias que los poderosos consideraron de poco valor, pobres, ajibaradas, o racialmente negras, aun cuando se las comieran sin muchos reparos.  

Sobre el arribo del arbusto a Puerto Rico los testimonios son escasos y confusos. Berta Cabanillas sugiere que llegó desde Angola con el comercio esclavista. Pero no da una fecha precisa. No obstante, los nombres de Congo pea y Pois de Angole que se le da a la legumbre, respectivamente en Jamaica y Haití desde el siglo XVIII, refuerzan la idea de su arribo al Caribe con el comercio esclavista de África occidental. Independientemente de la fecha exacta de su llegada a Puerto Rico, el gandul vino a sumarse a la rica agricultura de legumbres que existían en la Isla desde la época taína. Igualmente vino a sumarse a la Vigna unguiculata (fríjol africano o fríjol de carita como llamamos aquí a los frijoles) que se introdujeron también desde Africa.
 Pero no hay duda que en Puerto Rico el gandul se cultivaba y se comía ya en el siglo XVIII. Ello queda acertado en la obra Exploración Botánica de las Islas de Barlovento: Cuba y Puerto Rico, escrita por los científicos Martín Sessé y José Estévez en 1795. En su catálogo de plantas, Sessé y Estévez los llamaron Cytisus cajanus. Encontraron, además, que el nombre común que la población le daba al fruto era “gandul”, y en plural, “gandures”.
 Por otro lado, llama la atención que un observador tan acucioso como el monje Abad y Lasierra, que recorriera la isla a fines de la década de 1780, no mencione al gandul en su Historia Geográfica Civil y Natural de la Isla de San Juan, publicada en 1788. Igual, no se menciona en los volúmenes de las Memorias Geográficas Históricas, Económicas y Estadísticas de la Isla de Puerto Rico, publicadas por Pedro Tomás de Córdoba en 1831.
Mas esto no quiere decir que para 1831 el gandul no jugara un papel sustancial en los pequeños predios y en la alimentación de campesinos y esclavos.  Aunque no hay información detallada sobre Puerto Rico, sí se sabe que en Jamaica, Belice y Barbados (colonias esclavistas británicas), el gandul era parte importante de las parcelas de provisión (provission grounds) que los hacendados daban a los esclavos para complementar sus raciones fijas. En Puerto Rico debió ocurrir algo similar.  Pero como dije, los silencios refuerzan mi idea de la subvaloración del gandul en los discursos letrados puertorriqueños.
 El gandul se menciona por primera vez- y de forma muy paraca- en la obra El médico botánico criollo de Renato de Grosourdy (1864)- ahora con el nombre de Cajanus cajans, y en los Estudios Sobre la Flora de Puerto Rico de Agustín Stahl (1883). Finalmente hay una mención a su uso alimentico en la Revista de Agricultura y Comercio de Puerto Rico en 1888. En ella se describía al gandul- en el contexto de la cocina pobre- de la siguiente forma:
“Cajanus indicus: Otra rica y sabrosa leguminosa que nos ha sido importada de la India. Su cultivo requiere poco esmero, produce abundante y por largo tiempo, constituyendo una de las plantas alimenticias más ventajosa a nuestra población pobre.”
Aun cuando en los tratados del siglo XIX la mención al gandul sea escueta y subvalorada, ello no quiere decir que no estaba asentado en la cocina puertorriqueña. Por eso, a pocos años de que pasáramos a ser colonia norteamericana, varias damas americanas pertenecientes a la Primera Iglesia Metodista de San Juan incluyeron una receta de gandules guisados en su recetario The Porto Rican Cook Book (1909). Tan importante era que además incluyeron a la legumbre en el Market List que copiaron al final del libro para orientar a sus amigas recién llegadas.
También se incluye una receta gandules guisados y otra de arroz con gandules (sin carne de cerdo), en el Manual Home Making and Home Keeping de 1914. En 1929 se incluyó el arroz con gandules y carne de cerdo entre los almuerzos semanales que debían servirse en los comedores de las escuelas públicas de Puerto Rico. Todo ello muestra el respeto que las maestras de escuelas públicas y los planificadores educativos tenían a la súper nutritiva legumbre, en la cocina y en las ingestas puertorriqueñas.  
Para 1937-1938 la producción de leguminosas en Puerto Rico se calculaba en 31.432.488 millones de libras. De éstas, 8, 666,938 correspondían a gandules. Aun cuando para fines de la década de 1930 la cifra de producción para consumo interno era respetable frente a otras legumbres-la blanca (Phaseolus vulgaris) o el frijol del carita (Vigna unguiculata) por ejemplo-la creciente importación de habichuelas secas norteamericanas kidney (mejor conocidas como colorás), provocará que en los años posteriores comience a reducirse, no solo la preferencia por la habichuela colorá sembrada en la Isla, sino la preferencia por el gandul local, y claro a  reducir las áreas cultivadas de ambas leguminosas. Por eso, hacia 1951 la cifra de producción de gandules se había reducido a 6 millones de libras.
La reducción se hizo más patente a fines de los 1940 y principios de la década de 1950, con las grandes migraciones internas del campo a la ciudad, que provocaron que la población más directamente relacionada con la producción de comida, pasara entonces a habitar las ciudades.  Pero con todo el gandul siguió asentado en la cocina puertorriqueña, ayudado por la industria alimentaria local (los entonces famosos gandules marca Alba, producidos y envasados en el municipio de Villalba), y los avances de Goya Foods en Estados Unidos, que avivaban la memoria del paladar navideño de los puertorriqueños de la diáspora.
La producción mundial de gandul se estima hoy aproximadamente en sobre los 4.4 millones de toneladas anuales. El mayor productor es India, con 2.8 millones de toneladas, seguida de Myanmar, con 627,600 toneladas.
En el Caribe insular se cosechan 138,367 toneladas. El mayor cosechero es Haití con 114,392 toneladas, seguido de la Republica Dominicana, con 21,420 toneladas anuales.
Nuestra última gran cosecha de gandules, al cerrar al siglo pasado, fue en el año 1991, cuando se produjeron 2,38 millones de libras. Al día de hoy la siembra del gandul enfrenta dos grandes retos. El primero - y el más difícil- es la pérdida de rendimiento debido a varios estreses bióticos y abióticos en el actual escenario de cambio climático.  
 El otro - que es más político-, es la elevada importación desregulada.  Las cifras que tengo disponibles para el 2015 – que son del External Trade Statistics de la Junta de Planificación-, reportan que ese año llegaron 226,480 libras de gandules importados (de Ecuador, 171,399 libras, de Tanzania 43,564 libras, y de Perú 11,517 libras). En el propio año, Puerto Rico produjo 544,700 libras. La producción del país se sostiene frágilmente frente a la importación. Y ya no se muestran cifras como las de principios de la década del 1990, amén de que en los últimos diez años la importación ha marcado alzas muy marcadas.
Apostemos, pues, a nuestros gandules en el preludio de la primera mañana del 2019, con un reverenciado sopón de gandules del país, humeante, con sofrito de pilón y bollitos de plátano. ¡Ahhh! Y no olviden la costillita de cerdo con carne de la barriguita, para reforzar el caldo y la sustancia en el diente. Igual pueden homenajearlo con un arroz con gandules y carne de cerdo apastelao, en la fiesta de Reyes por supuesto.
¡Muchas felicidades! 

Referencias

Berta Cabanillas, El puertorriqueño y su alimentación a través de su historia, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1973.
C.A. Figueroa, Los gandules en Puerto Rico, en: Revista de Agricultura de Puerto Rico, vol. 21, noviembre de 1923.
Cruz M. Ortiz Cuadra, Eating Puerto Rico: A History of Food, Culture and Identity, North Carolina University Press, 2016.
Departamento de Educación de Puerto Rico, Manual del Comedor Escolar Para Uso de las Escuelas Públicas de Puerto Rico, 1929.
Grace Ferguson, Home Making and Home Keeping, San Juan, Department of Education, 1914.
J.V. Vaughan y C. A Geissler, The New Oxford Book of Food Plants, Oxford University Press, 2005.
Junta de Planificación de Puerto Rico, External Trade Statistics http://jp.pr.gov/External-Trade-Data
Keneth F Kiple y Kriemhild Conee Ornelas, eds. The Cambridge World History of Foods, Cambridge University Press, II Vols. 2011.
Los frutos alimenticios de Puerto Rico, en: Revista de Agricultura y Comercio de Puerto Rico, marzo de 1886.
Miguel A. Puig Samper ed., Exploración Botánica de las Islas de Barlovento: Cuba y Puerto Rico, escrita por los científicos Martín Sessé y José Estévez en 1795. Madrid Doce Calles, 1998.
S.L. Descartes, Food Consumption Studies in Puerto Rico, University of Puerto Rico, Agricultural Experiment Station, 1936-37.
Stanley B. Alpern, Exotic Plants of Western Africa: Where They Came From and When; en: History in Africa vol. 35, 2008.
The Ladies of the First Methodist Church of Porto Rico, The Porto Rican Cook Book, San Juan, Imprenta M. Burillo, 1909.
United Nations Food and Agriculture Organization (FAO): www.fao.org/faostat/


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